lunes, 26 de mayo de 2008

Buenos Aires Una Empresa Nacional

“…B.A.U.E.N. es de los trabajadores y al que no le gusta se jode, se jode…B.A.U.E.N. es de los trabajadores y al que no le gusta se jode, se jode…”. Son las diez de la noche del 20 de agosto de 2007, una multitud conformada por movimientos sociales de distinta índole: agrupaciones de derechos humanos, estudiantes, artistas, vecinos y trabajadores de los más diversos rubros, corean en do menor la canción creada por Arminda Palacios, socia fundadora de la cooperativa Buenos Aires Una Empresa Nacional, unos años antes. Mientras, en el escenario colocado en Avenida Callao, entre Avenida Corrientes y calle Sarmiento, el orador del festival “contra la orden de desalojo y a favor de la sanción de Ley de Expropiación para empresas recuperadas y autogestionadas por sus trabajadores”, anuncia la llegada de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que ahora saludan desde el segundo piso del Hotel B.A.U.E.N. a la gente en la calle que responde al unísono “…Madres de la Plaza, el pueblo las abraza…”. En unos minutos más subirá al escenario León Gieco, quien cerrará el festival que, desde las tres de la tarde, ha recibido, entre choripanes, hamburguesas y gaseosas, a grupos de teatro independiente, más de veinte bandas de rock, entre ellos Árbol, Ataque 77, Las Manos de Filipi, El Yotivenco (banda liderada por el actor Rodrigo De la Serna) y oradores de la talla de Osvaldo Bayer. Diez treinta de la noche aparece León en el escenario, esta vez acompañado por su nueva banda: un grupo de diez músicos con capacidades diferentes que nada tienen para envidiar de los que anteriormente desfilaron sobre esas mismas tablas. “[…] Pueblos trabajadores, infancias pobres, cinco siglos igual…”, canta a capella Gieco, generando abrazos y llantos, calor y esperanza entre el grupo de idealistas que creen en un futuro libre de explotación e injusticias. Cierra el acto entonando el tema “Sobreviviendo”, mientras Hebe de Bonafini habla con María Del Valle, socia fundadora, y promete plantarse en la Casa Rosada y alzar su voz a favor de los trabajadores del hotel recuperado.

Quien la recibió días después en su despacho fue Aníbal Fernandez, Ministro del Interior durante la presidencia de Néstor Kirchner. En esa oportunidad, Hebe le dio el ultimátum: “[…] hagan algo por los trabajadores del B.A.U.E.N., que los dejen tranquilos, de lo contrario nos vamos a encadenar Madres, Abuelas y los trabajadores del hotel en la Plaza…”. Parece ser que esas palabras recorrieron todas las salas y despachos de la Nación, porque desde ese día la cooperativa no ha recibido más órdenes de desalojo, y hoy se sigue debatiendo sobre la Ley de Expropiación que beneficiaría a los socios del hotel, que continúan resistiendo por “trabajo y dignidad”.

Detrás de esta lucha obrera modelo Siglo XXI, se esconde una lucha de poderes e intereses que viene de larga data. Cuenta la historia que un empresario “emprendedor”, fiel al modelo argento, con objetivos tan claros que no le importaron los medios para alcanzar su ansiada gloria, de nombre Marcelo, apellidado Iurkovich, a través de sus contactos con personajes nefastos de la dictadura militar de 1976, como el Contralmirante Carlos Alberto Lacaste, por entonces Vicepresidente del Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78), y Osvaldo Cacciatore, quien desempeñaba el cargo de Intendente Municipal, logra acceder a un crédito del Banade (Banco Nacional de Desarrollo), para la construcción de un hotel cinco estrellas al que bautizó Bauen (del alemán, “construir”). Crédito que jamás pagó, e incluso, cuando el Banade es absorbido por el Banco Nación, quien reclamó en el 2003 por el incumplimiento al pago de la deuda, el empresario no solo declaró que había cancelado en cuatro millones de pesos el préstamo de la entidad financiera, sino que por “incumplimientos varios” el banco le debía dinero a él. Un allegado a Marcelo Iurkovich, quien negoció con él en varias oportunidades, y frecuentaba las opulentas fiestas que daba en los salones del flamante hotel, cuenta que se ufanaba ante la alta sociedad de haber construido el hotel más lujosos de la Argentina sin haber puesto un solo centavo de su bolsillo.

Los años pasaron y el hotel recibía a diario turistas de los más variados confines del planeta dispuestos a disfrutar de las majestuosas instalaciones, mientras las arcas del todopoderoso Iurkovich aumentaban a paso firme, llevándolo a constituir una red de empresas líder en turismo y hotelería como el Hotel Bauen Suites, hotel anexo al Bauen, que tiene su entrada por Avenida Corrientes y que, en la época de mayor esplendor, supo tener como huésped de honor a Eduardo Menem. A ella se le suman otras, como Rentatur, Corman, Corporación Virtual de Turismo, Sistemas Vacacionales, Buzios Megaresort, Hospedajes y Alojamientos Temporarios, Soloaparts, Investment Bauen do Brasil, Colomba Viajes, y la tristemente célebre Poliequipos, que en el 2005 habría sido la responsable del fallecimiento de dos personas, internadas en la sala de terapia intensiva del Hospital Santojanni, a causa de las maniobras realizadas, por operarios de la empresa, en el tablero que alimenta de electricidad a los compresores de aire comprimido; según se supo después, la empresa utilizaba el suministro eléctrico del Hospital para brindárselo, al mismo tiempo, a la empresa Siemens.

Llegaron los noventa y el Hotel Bauen seguía sin la habilitación que le permitiera operar como hotel para pasajeros, a su vez que los impuestos impagos arrojaban cifras indescriptibles. En el año 1997, por sugestión de sus asesores, Marcelo Iurkovich vende el hotel al grupo económico Solari S.A. de origen chileno, quien se hizo acreedor del inmueble tras cancelar la primera cuota del contrato por cuatro millones de dólares. Restaban por pagar, aproximadamente, doce millones más, pero así como Iurkovich hizo con su deuda, Solari S.A. tampoco terminó de pagar la suya. La época menemista, con su “grandioso” plan económico llevado a cabo por el Ministro de Economía Domingo Felipe Cavallo, acorralaba a las empresas nacionales obligando a cerrar sus puertas. El Bauen no fue la excepción. En marzo del 2001, el grupo Solari S.A. llama a convocatoria de acreedores y se declara la quiebra. Ni tonto ni perezoso, Marcelo Iurkovich, tras la quiebra, habría ofrecido devolver los cuatro millones recibidos del pago de la primera cuota a cambio de que la justicia le devolviera el inmueble. El juez de turno accedió, pero los cuatro millones no aparecieron, por lo tanto, el hotel ya no tenía dueño.

De los cuatrocientos empleados que supo tener, en su mejor época el hotel, quedaban apenas cuarenta, que no recibían su sueldo y estaban a la espera de lo peor. Finalmente, ese día llegó: era 28 de diciembre de 2001. Mientras a pocas cuadras una multitud copaba las calles, el tercer presidente que tuvo Argentina en una misma semana, Adolfo Rodríguez Saa, renunciaba a su cargo. Ese mismo día el último empleado del hotel se retiraba por la puerta trasera del establecimiento. Era el fin de una empresa que, a pesar de las fraudulentas maniobras empresariales, daba comida a cientos de familias. El año nuevo fue recibido en el país, por las mayorías que no habían sido beneficiadas con la convertibilidad, con un austero choque de copas llenas de la más barata sidra. Para los ex empleados Bauen, la cosa era mucho más dura. En pocas casas hubo celebraciones. El año nuevo no era acompañado por motivos de festejos. Sólo llantos y llamados de solidaridad y aliento.

El 2002 encontró al nuevo grupo de desocupados exigiendo la liquidación de los sueldos atrasados y el pago de indemnizaciones que jamás llegarían. Lo que sí llegaría era la desesperación y el hambre, más llantos y decepciones. Algunos, los más jóvenes, pudieron ubicarse de a poco, en diferentes puestos laborales. Para los mayores de cuarenta, la cosa era un tanto más difícil. Sin embargo se seguían juntando en asambleas para reclamar su paga inconclusa. Fue dentro del marco de estas asambleas que un compañero dijo tener un contacto con un movimiento formado poco tiempo atrás. Era el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER), formado por trabajadores en la misma situación de desamparo que, lejos de quedarse con los brazos cruzados, volvían a sus fuentes de trabajo con una consigna: recuperar su fuente de ingresos y, por sobre todo, su dignidad. El medio era la “toma”; el modo, la “autogestión”; la consigna, “basta de patrones”, “trabajo y dignidad”. Comenzaron así a interiorizarse en qué era esto de tomar una empresa, cómo eran los pasos a seguir una vez lograda la primera parte y qué cosas podían esperar de allí en más.

Lo primero que hicieron fue buscar un abogado. Los hermanos Florencia y Diego Kravetz accedieron gustosos a tomar su caso y a brindar la ayuda legal necesaria para tan valerosa decisión. El 21 de Marzo de 2003 fue el Día de la Dignidad. El pequeño grupo de quince ex empleados, los abogados y algunos militantes políticos rompieron las cadenas que mantenían bloqueada la entrada y volvieron, después de un año y meses, a estar en el lugar del cual nunca se tendrían que haber ido. Sin embargo, el hotel que ellos recordaban, poco se parecía al que encontraron. Con lágrimas en los ojos Arminda Palacios, la mayor del grupo, de voz delicada y ojos que denotan coraje, recuerda ese momento: “[…] entramos al hotel con mucho temor, muchísimo miedo, porque no sabíamos que represalias podían venir detrás de la toma…estaba todo sucio, sin luz, sin agua, sin gas…pero lo peor fue cuando empezamos a recorrer el hotel y nos dimos cuenta de que no había nada y lo que quedaba eran cosas rotas y prácticamente inútiles. En ese momento nos abrazamos y lloramos, no podíamos creer lo que veíamos…”. Lo que no sabían ellos, era que mientras pasaron un año organizando la recuperación del hotel, el grupo Solari se había dedicado a saquear lo que quedaba en el hotel: computadoras, televisores, cámaras de video, muebles, heladeras, ropa de cama, vajillas, inodoros, en fin, todo. Todo. Al día siguiente de la toma, fueron a hablar con el juez, siguiendo la estrategia de los abogados, con la intención de comunicar que quienes habían ingresado a las instalaciones no eran intrusos, como se sospechaba en un principio, que se les adeudaba dinero de los sueldos y, lo principal, proteger las instalaciones de futuros vaciamientos. Claro, todavía quedaban cañerías, picaportes de bronce, marcos metálicos y demás elementos bien tasados por los compradores de metales. Llegaron al despacho del juez con sus recibos de sueldo para justificar su relación como empleados del hotel quebrado y pidiendo la custodia del mismo. El juez accedió a la petición a cambio de “garantías”. Quienes deseaban quedarse dentro del hotel y tuviesen algún bien, tendrían que llevar sus papeles al juzgado al día siguiente. La primera en tomar la determinación fue Arminda, quién sin saber demasiado a lo que se exponía, cedió la escritura de su casa en garantía. Sus compañeros tomaron el ejemplo y se presentaron el día pactado frente al juez con sus “garantías”. Estaba claro, se jugaban el todo por el todo, no había marcha atrás. Todo lo que tenían, que se pude traducir en lo poco que les quedaba, descansaba ahora en los cajones de un juzgado. El hotel quedaba bajo su custodia permanente, no podía pasarle absolutamente nada, de lo contrario, quienes debían pagar eran ellos.

Los medios tomaron nota de lo sucedido y a los pocos días la noticia de la toma circulaba por todos los canales y las radios. De a poco, algunos ex compañeros, vecinos, estudiantes, agrupaciones sociales, políticos, etc. fueron a dar su ayuda y su aliento. Pero con eso no bastaba. Las noches eran extremadamente frías, la comida escaseaba, las enfermedades se multiplicaban y la desesperación iba en aumento con cada segundo que pasaba. Las pocas monedas que entraban para comprar yerba, garrafas de gas y harina para tortafritas, las conseguían pidiendo en la calle, buscando esas almas solidarias que dieran un respiro a los maltratados estómagos de esos valientes.

El grupo de quince personas había aumentado a cuarenta en los primeros meses. Ya estaban en condiciones de firmar los papeles para conformar la flamante cooperativa: Buenos Aires Una Empresa Nacional. Pero las puertas del hotel seguían cerradas al público. La situación era insostenible: el hambre golpeaba duro, el frío calaba los huesos y las enfermedades no cesaban. Uno de los políticos que los acompañaban hizo los trámites necesarios para acceder a las cajas PAN (Plan Alimento Nacional) y desde ese momento la cosa se hizo un tanto más llevadera. En asamblea se decidió pedir al juez la explotación de uno de los salones, quien accedió, bajo la orden expresa de no habilitar las habitaciones. Y así lo hicieron. El problema surgió cuando se dieron cuenta de que para alquilar el salón primero debían ponerlo en condiciones, el tema era con qué, si no tenían absolutamente nada. Otra vez en asamblea decidieron canjear el salón a cambio de artículos de limpieza. A los pocos días el salón brillaba como en las mejores épocas y la primera fiesta se celebró a cuenta de lo que no pudieron festejar ese primero de año del 2002. El hotel comenzó a tener mayor concurrencia y empezaron a aparecer los primeros pesitos. Lo que se juntaba era destinado a poner en condiciones lo que hiciese falta y a comprar los artículos necesarios para no depender más de los canjes. Las tapias que cubrían el frente fueron quitadas y la gente pudo ver, nuevamente, un lobby encerado y los vidrios flamantes como antaño.

Un buen día, alguien les comenta que la embajada de Venezuela brindaba ayuda a las cooperativas de trabajo. En ese país las cooperativas son algo normal, subsidiadas por el gobierno y que emplean a gran parte de la población venezolana. La respuesta no podía ser más auspiciante. El embajador prometía mandar a su gente al hotel, siempre y cuando, pusieran en mejores condiciones algunas de las instalaciones, principalmente las habitaciones y les entregó para ello, un cheque por dos mil pesos. Las palabras del juez se repitieron en la cabeza de todos los socios de la cooperativa, pero no hizo falta más que un segundo para decidir que las habitaciones se iban a poner en funcionamiento. Trabajaron incansablemente día y noche para acondicionar el lugar. Finalmente todo estaba listo para que el embajador diera su veredicto. El pulgar apuntó al cielo y a las pocas semanas un contingente de estudiantes venezolanos eran los primeros en volver a ocupar las habitaciones. Era el sueño cumplido. Todo ese esfuerzo no había sido en vano. Otra vez el pan que llegaba a las mesas de todas esas familias era fruto del sacrificio, del coraje, del aguante, de horas de llantos y peleas, de abrazos y desconsuelos.

Hoy el hotel B.A.U.E.N. es ejemplo de lucha, de dignidad, de unión, de solidaridad. De los cuarenta que formaron, en un primer momento, la cooperativa, pasaron a ser 150, y todo indica que cuando terminen las obras de reparación del edificio y habiliten el 30% que resta, serán muchos más. Pero la batalla no ha terminado, claro que no.

Los codiciosos han vuelto a dar batalla por ese inmueble que hoy está tazado en treinta millones de pesos. En el 2005 la familia Iurkovich, ya no Marcelo, fallecido de un ataque cardíaco en el 2003, vaya uno a saber qué lo provocó, realiza una venta simulada del hotel a una empresa fantasma llamada Mercoteles, siendo el director de la misma Samuel Kaliman, cuñado de Marcelo Iurkovich. El reclamo de Mercoteles se basa en haber comprado la empresa de buena fe, desconociendo la situación del hotel y mucho menos de las deudas contraídas con el Estado. Los socios de la cooperativa reclaman que se les permita la cancelación de la deuda a largo plazo. Pero los intereses en juego y los contactos políticos todo lo pueden. Tal es así, que la jueza en lo comercial Paula Hualde, el 20 de julio del 2007 dictaminó que el edificio debía ser restituido a la empresa Mercoteles, y daba treinta días para el desalojo.

Lejos, muy lejos, de acatar la medida, los socios de la cooperativa contraatacan con un festival a todo trapo para el 20 de agosto, día que se cumple el plazo para desalojar, que promete la presencia de grupos de teatro independientes, bandas musicales autogestionadas, artistas de toda clase, a Osvaldo Bayer y a Hebe de Bonafini como oradores. Hasta dicen que quien cierra el acto va a ser nada más ni nada menos que León Gieco. La espera se hace interminable; los días pasan por cuenta gotas; todo el hotel está en vilo; los elencos de las obras que hoy colman las carteleras del auditorio estamos todos dentro del establecimiento esperando lo indecible de un momento a otro. A lo lejos la escucho a Maria Del Valle, quizá, junto con Arminda, la mujer más combativa de la cooperativa, hablando con las nuevas socias: “[…] cuando nos venían a cortar la luz, el gas, salíamos las mujeres con las escobas, espalda con espalda a echarlos…cuando se quemó la habitación del tercer piso la policía aprovechó el desconcierto para querer clausurar el hotel, también los echamos…hoy, queridas compañeras, esperamos que vuelvan al ataque, y hoy queridas compañeras vuelvo a decir que muerta me sacan de acá, hoy vamos a volver a luchar, porque esto es nuestro, esto es de los argentinos, esto es de los trabajadores…B.A.U.E.N. ES DE LOS TRABAJADORES Y AL QUE NO LE GUSTA SE JODE, SE JODE…B.A.U.E.N ES DE LOS TRABAJADORES Y AL QUE NO LE GUSTA SE JODE, SE JODE…”.

(Mayo 2008)

1 comentario:

Multimedios H-B dijo...

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