miércoles, 4 de junio de 2008

Se va la penultima

…¿Qué si alguna vez lo ví?...Je, je…Anduve con él durante años. Es más, conozco su morada. He visto a sus hijos (tiene muchos) y también sus escuelas. Conozco sus lugares predilectos. Visité sus böites, o como le dicen ustedes: boliches. Sé de todos sus secretos y de sus pasiones; o mejor dicho pasatiempos. Pude ver en lo mas íntimo de su ser; hurgué en sus pensamientos. Sé de sus ideas. No sé mucho acerca de su corazón; tal vez, ni siquiera tenga uno. Sé que posee, sí, un músculo de ritmo lúgubre y de andar cansino, casi penoso te diría. Cuando camina con furia me recuerda a un sonido que jamás escuché: un viejo y podrido cajón cargado de truenos… Ah!, y huele a orgía.

Pasamos noches enteras escupiendo a la Luna en su cara mas bella; esa que solo se aprecia del otro lado del Universo. Oh!, cálidas veladas nos quedamos mirando los techos de cien alcobas distintas, en cien camas distintas, estudiando los rostros de cien mujeres distintas. Al amanecer huíamos del inmenso, odioso y tan temido farol; nos escondíamos en las bolsas de consorcio.

Solíamos hundir nuestras patéticas cabezas en bañaderas llenas de espesa salsa de dulce caramelo. Nos cargábamos así de nueva vida, entre bocanadas espaciadas, pero certeras. En perfectos espejos veíamos las muecas que los músculos en la cara dibujaban; primero bien de lejos y, poco a poco, bien lentamente, casi disfrutando, nos aproximábamos a la realidad. Apreciábamos entonces el color verdoso que traíamos: podredumbre.

Podría decirse que no caminamos, corrimos juntos, noches enteras, casi sin descanso. Noches de guapos sin facón, de bandoleros sin pistola, de niños sin chupete. Pero hubo una en particular que marco definitivamente nuestros destinos. Esa noche ambos comprendimos que la separación era inminente. No podíamos seguir frecuentándonos. El aire circulaba a paso lento en mi inmundo cuerpo. La sangre, por el contrario, buscaba como loca orificio pertinente por donde escapar. Una bandada de ángeles me acomodó muy despacito sobre la tierra húmeda de Agosto. Jamás…Jamás nos volvimos a hablar.

Yo a él lo sigo viendo, a veces, pero siempre de lejos. Lo más lejos posible. Él me sigue los pasos de cerca, bien de cerca. No lo veo, pero lo huelo; lo siento respirar en mis espaldas; conozco el ritmo del músculo que en él ocupa el lugar del corazón. Siempre esta por ahí, esperando el convite a una última noche. O la primera, ¿quién sabe?...Es que él también conoce mi morada, a mis hijos, sus colegios y sus bares; mis lugares favoritos; mis secretos, mis pasiones. Ha conseguido penetrar, tal como yo lo hice con él, en lo más hondo de mis pensamientos, en mis ideas; pero nunca, nunca en mi corazón.

No hay comentarios: